Desde el lente

Entre la ropa vieja, las fotos amarillas y unos cuantos cachureos, apareció la cámara de mi papá. Es una Nikon antigua y sus lentes estaban guardados en un viejo bolso azulino.

Me gusta tomarla y mirar a través de ella, con el enfoque y la claridad que mis ojos no tienen. Mirar más de cerca, ver más nítido.
Pero mi capacidad óptica es limitada, no reconozco todos los colores y lo que mi retina captura corre el riesgo de verse borroso. No distingo todos los contornos, no puedo asir la exactitud de la realidad.

Quisiera ser un poco más como ella, poder congelar los momentos, seleccionarlos y capturar cada detalle, cada haz de luz sobre cada sonrisa; atrapar cada color, cada destello; ser como ella y un poco más, perpetuar incluso los sonidos, los ecos, todos los latidos implícitos en cada fotografía, en cada instancia pasajera que fue y que es una realidad paralela exiliada del presente, un plano distinto donde se sigue existiendo antes y para siempre.

Así, con esta nueva vista, ser capaz de captar la esencia de cada ser, de cada obra, de cada personalidad; ver, encontrar esa parcela de una totalidad. No se trata de robar el alma, sino de inmortalizar y plasmar una cara del prisma, aquella fracción que, iluminada por el sol o la confianza, pemite ser captada por el lente.