Thursday 22 November 2007

:/

Las frases ambiguas caen sobre tu cara y te cortan la piel, mientras lo que intentan decirte se queda fuera: no puede tocarte. Y tus ojos se cierran, bloquean la imagen para que así duela menos. Intentas destrabar tus manos, que sudorosas pelean por quitarle el lugar a la otra, con los dedos que se estorban mutuamente. Y tus oídos. Tus oídos asustados intentan poder concentrarse, capturar los sonidos, distinguirlos para poder reemplazar a los llorosos que se niegan a dejar entrar la luz.

Y sin darte cuenta, todo se desvanece. Se ha ido el dejo amargo y todo parece lejano. Quizás no sonríes, no vuelas. Pero de a poco estás reaprendiendo a soñar. Sí, ha pasado el tiempo ¿Te das cuenta? Se desamarraron los hilos y aún estás en pie; te trizaste, pero no caíste al vacío. Nunca habrá un vacío.


Recordar los momentos incómodos y difíciles me ayuda a ver lo feliz que soy.

Tuesday 20 November 2007

Así lo veo yo

La luz entra por la ventana, intermitente; los árboles de afuera remecen sus hojas y los rayos del sol no logran permanecer, sino que son aniquilados antes de tiempo. Cuando pasa la ventisca, avanzan quedando atrapados en su cuerpo, que cual prisma destruye la pálida luz, generando siete vívidos colores que se fijan ante los ojos de quien los observa.

Siempre me llamó la atención ese cenicero de cristal que mi madre aún posee y que se apropió de una de las mesitas redondas del living de la casa. Es cuadrado y tiene un diseño especial que se asemeja a pequeños pétalos que rodean un círculo. Es pesado y de gruesas paredes. En realidad, son dos, idénticos. Pero sólo aquel que estaba junto a la ventana me atraía.

Desde pequeña le tuve miedo; se veía tan fuerte, pero era tan frágil a la vez. Cuando me encerraba a estudiar en ese rincón de la casa, me detenía a observarlo. Me hipnotizaba; casi como si no pudiese despegar mi vista de él.

Su hermosura no se encuentra en los delicados detalles o en el valor sentimental del objeto. Debe asirse de la luz para verse bello. Cuando está oscuro o iluminado por artificio, entonces parece muerto, inerte. No es que no lo sea, pero cuando se logran percibir los magníficos destellos, se detienen los latidos y se corta la respiración; todo se suspende, así como ocurre cuando brillan tus ojos por la alegría que te inunda; parece expresar a gritos algo que no quiere seguir escondiendo; quiere contagiar su belleza, entregarla, dejar de sentirse estático... vivir.

Y si su brillar sonara, entonces sería como el delicado eco de pequeños fragmentos de cristales que caen uno sobre otro en una vasija hialina o como esas delicadas campanas de viento que con una suave brisa se rozan y despiden un metálico gemido.

Tarde, mal y nunca es utilizado, y ya casi nadie se percata de sus destellos de diamante. Pero mientras el sol siga alumbrándolo, otorgándole el regalo de ser brillante, los emergentes reflejos de la convergencia con el diáfano cristal, seguirán llenando la habitación, pasando inadvertidos, efímeros, fugaces.




[una descripción subjetiva, para hacer valer aquello tan recurrente en clases]