Ritual de Medianoche (o un poco más tarde)

Pasan los minutos y el reloj marca una hora que insinúa que es prudente dar por terminadas las actividades del día. Y allí está ella, esperando. La miro y me llama. Luego de ponerme el pijama raudamente - tarea extremadamente compleja, dada la cantidad de prendas que componen mi pijama de invierno- y de lavarme los dientas saltando y a la velocidad de la luz, me dirijo hacia ella. Mi cama, hermosa, sigue allí, esperando que llegue la hora de dormir, para cubrirme y proteger mis sueños.
El proceso, en invierno sobre todo, no es algo azaroso o aleatorio. Hay que preparar la cama. No deben quedar sueltas las sábanas, o se caerán en medio de la noche y seré presa del frío. Es importante también que las frazadas varias (al menos 3 o 4) lleguen hasta arriba, pues de lo contrario, la espalda queda descubierta. Lo más complejo, sobre todo cuando no se está fatídicamente cansada/o, es encontrar la disposición perfecta del cuerpo, tanto para no sentir frío, como para poder entregarse cómodamente a la corriente del subconsciente.
Una vez encontrada la posición exacta, lo que sigue es clasificar aquellos momentos del día que vale la pena recordar; también hilar historias supuestas y agradables mientras, después de una fugaz oración -o extensa, dependiendo del cansancio- se seleccionan aquellas imágenes con las que se desea soñar, con la esperanza que, de algún modo, alguna pueda hacerse realidad.