
Cuando se es pequeño, da lo mismo el color de la ropa, quién es presidente de la república o el segundo nombre desatinado que te podrían haber puesto tus papás. Sólo importa que los zapatos sean lo más cómodos posibles para correr, que la imaginación sea inagotable y que las horas sean lo suficientemente extensas para jugar.
Ahora, pruebas y exámenes; trabajos y malas caras; responsabilidades y mil pensamientos de diversa índole. Pareciera que ya no hay tiempo para jugar ..
Tal vez no nos podemos aferrar a esas tardes de hacer "nada" y "todo" a la vez, de pasar el día inventando historias para las muñecas o de hacer tortas de barro; ya no hay espacio para lanzarse calle abajo en la bicicleta o para vender limonada en la vereda a los vecinos.. O al menos, no sin pagar las consecuencias por dejar de lado los quehaceres correspondientes.
Pero, ¿sabes? Todavía puedo crear mundos e imaginar cuentos aún más bellos, irreales y factibles, y darles forma; aún puedo soñar y hacer lo que me gusta.. En el fondo, sé que, con o sin los chapes amarrados con cintas rosas, aún puedo seguir siendo una niña..
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